domingo, 30 de mayo de 2010

Desde un pequeño balcón del Tiétar,

en un lugar apartado, al abrigo de los riscos,

un niño hombre sabio mira con admiración

el cielo cristalino, escaparate inquietante de misterios;

con los ojos y el corazón abiertos de par en par,

desde donde se ven las estrellas fugaces y los cometas pasear.


Algo muy dentro le lleva hacia lo desconocido,

mucho más allá de lo permitido por las leyes físicas.

Detrás de lo visto y oído en los límites de los hombres,

quizás más allá de los universos imaginados,

donde palpitan las galaxias en armonía,

donde danzan separadas por años luz de tiempo.


Intuye en su soñar rayos cósmicos viajeros

que nos llegan desde todas las direcciones del viento.

¿Desde qué origen como enigma y como misterio?

¿Por qué?... le impulsan como trampolín hacia el firmamento.


Arturo nos quiere llevar con él en su aventura

y vuelve una y otra vez a recogernos.

Para ver familias de planetas en sutil armonía

lunas huérfanas y estrellas errantes en sus límites.

Nebulosas con enanas blancas acurrucadas,

agujeros negros de insondables medidas.


Don Arturo Duperier nos impulsa desde fuera y desde dentro

uniéndonos en la sintonía de su recuerdo, que nos mira.

Y nos quiere ver con luz propia reluciendo, como ahora,

como sus rayos cósmicos viajeros, con la sonrisa en el tiempo.


Jesús González



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