sábado, 8 de octubre de 2011

Nuestro pueblo blanco, de serena presencia
esculpido a base de piedra, cincel y fuego
dormita perezoso en su sentir
como quien tiene cumplida su misión;
las calles permanecen silenciosas,
las casas se asoman al valle
esperando a los que regresan de otros horizontes,
para rellenar sus entrañas vacías,
con el corazón y los brazos abiertos.

Mientras, la montaña gana en esplendor verde
colonizando las cenizas negras,
con el otoño que avanza por sus laderas
de castaños y robles, hacia todo aquel que mira,
recordando su añorada infancia.

Son un poema las casas blancas,
la sierra amarilla en flor,
el risco imponente con su misteriosa sierpe.
Es el poema cantado en el silencio
dirigido por la mirada al alma
y al latido de la sangre, que derrama
sobre el pecho su fragancia de emociones.

Son el poema sus gallardas mujeres
con el símbolo de la siempreviva,
de la alegría y la belleza por bandera.
Son el poema sus portales y sus calles pasaderas
al entrecruzar los destinos misteriosos.
Son como poemas sus balcones rancios de madera
cuando miras hacia el amanecer
y sientes Navalasolana al caminar sus piedras.

Es mí pueblo sosegado en la solana,
blanco como las olas de la mar azul,
es montaña verde y valle gris
de casas que mirando, suspiran la belleza,
y en su sereno resplandor nos enamoran.

Son sus calles horizontales y verticales
caminos de ir y venir, de subir y bajar
zigzagueando por los misterios del tiempo.
El tiempo, colapsado en su presente sereno,
nos deja reposar la paz en el silencio.

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