domingo, 11 de septiembre de 2011
Eusebio Fernández González.
85 años
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Del hambre negra manaba
una lágrima furtiva que
cayendo a la deriva en
el suelo se aplastaba.
Miré al niño que lloraba
y en su negra piel sin culpa
vi grabadas las disculpas
del mundo que le ignoraba.
Un esqueleto viviente, su
madre le amamantaba y así
a la muerte engañaba, con
su ya agotada fuente.
Dos muñones resecos sin
pulpa alguna y también
retorcidos tan muertos
como la Luna, pechos de
madre podridos.
El hambre en África engorda
comiéndose a los hambrientos,
galopa sin sentimientos la
riqueza blanca y sorda.
Siento en mi sangre alaridos
que ni mi egoísmo calman,
me está doliendo hasta el alma
por saber que están perdidos.
No puedo cantar a un huerto
ni a la flora tan galana
sabiendo que esta mañana
miles de niños han muerto.
En el suelo se aplastaba
una lágrima furtiva
que cayendo a la deriva
del hambre negro manaba.
85 años
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Del hambre negra manaba
una lágrima furtiva que
cayendo a la deriva en
el suelo se aplastaba.
Miré al niño que lloraba
y en su negra piel sin culpa
vi grabadas las disculpas
del mundo que le ignoraba.
Un esqueleto viviente, su
madre le amamantaba y así
a la muerte engañaba, con
su ya agotada fuente.
Dos muñones resecos sin
pulpa alguna y también
retorcidos tan muertos
como la Luna, pechos de
madre podridos.
El hambre en África engorda
comiéndose a los hambrientos,
galopa sin sentimientos la
riqueza blanca y sorda.
Siento en mi sangre alaridos
que ni mi egoísmo calman,
me está doliendo hasta el alma
por saber que están perdidos.
No puedo cantar a un huerto
ni a la flora tan galana
sabiendo que esta mañana
miles de niños han muerto.
En el suelo se aplastaba
una lágrima furtiva
que cayendo a la deriva
del hambre negro manaba.
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