viernes, 24 de diciembre de 2010

La tragedia viste de amarga tristeza

Aún recuerdo con claridad aquella larga noche oscura, durante la cual, el hermoso monte que mis ojos habían visto desde niña comenzó a arder.

El cielo estrellado que tantas veces observé atónita se convirtió en el espejo de una enorme tragedia.

Ya no era mi cielo estrellado, tan silencioso, tan callado.

Al mirarlo aquella trágica noche sentí como su manto oscuro y sigiloso contenía los gritos de una naturaleza que sufría…que lloraba.

Mis ojos, cubiertos por una frágil capa de llanto, observaban con horror el tremendo espectáculo.

Esto como el infierno. Susurró un amigo.

Y así es como lo recuerdo.

Imágenes que nunca desaparecerán de mi mente.

La inmensidad de la oscuridad combatiendo con una enorme línea roja, ardiente e imparable que avanzaba y destrozaba, lentamente, los lienzos de mi tierna niñez.

Todavía, hoy, cuando cierro los ojos, oigo el crujir de las ramas indefensas ante el diablo rojo.

Siento su dolor y cuando las miro fijamente, sin la negrura de la noche, mi corazón se estremece y mi mente se perturba preguntándose una y otra vez la fecha del día que volveré a ver a mi amado monte, sano y fuerte demostrando a los mortales el poder de lo inmortal.

Quién sabe si mis ojos cansados por el paso de los acontecimientos retrocederán en el tiempo.

Puede que el sueño eterno me llegue antes o puede que antes de que la dama invencible me lleve, tenga que pasar de nuevo por este dolor.

Dios no quiera, no deseo volver a sentir la impotencia y la tristeza de escuchar los cantos sagrados de mi monte mágico.

Ése, que sólo vive en mis recuerdos.

Ese bello lugar que dejo de existir porque alguien decidió matarlo.

Y, desgraciadamente, así lo hizo.

Sandra Serrano,

Verano del 2000

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